Sueño undécimo: Inferno

De viaje por Estados Unidos. Estamos en Nueva York, yo y alguna otra gente que no consigo ubicar (en su mayoría una especie de clones de Cléo de Mérode buenorras). Decidimos ir al estado de Washington (¡qué bien, como Crepúsculo! -grita alguien).
En realidad, yo estoy de acuerdo porque es uno de los estados más dejados de la mano de Dios que pueda encontrarme y seguro que habrá una cantidad de campiña enorme.
En algún intérvalo de vigilia, me desvío del rumbo, y acabo en el estado de California. Soy una especie de inmigrante que vive de la generosidad de una familia que tiene un bar, y unos cuantos niños unos eis años menores que yo. Una de las Cléo sigue por allí, las otras han desaparecido.
La habitación parece el camarote de un barco, y parece que todos los menores de edad del local están allí reunidos con un sólo motivo: hay que llegar a Washington, pero no sin antes haberse cogido una buena cogorza.
Tras arduas deliberaciones, Cléo llama a uno de los niños y lo convence para que robe algunas botellas de alcohol de su padre, luego iremos a emborracharnos al puerto -¡al de Palma!- y pienso, con diversión, que iré a ver a mi abuelo de resaca.

En la creciente emoción, y muy a mi pesar, despierto.